Caperucita roja

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ESCENA 1

Había una vez una adorable niña querida por todos, especialmente por su abuela que la colmaba de obsequios y de amores. Un día le regaló una caperuza de color rojo, y le gustó tanto a la pequeña que nunca se la quitaba. Por eso, todos en la villa la llamaban Caperucita Roja.

—Caperucita, llévale a tu abuela esta canasta con panecillos calientes. No tomes el sendero del bosque, recuerda que podrías encontrarte con el lobo —le dijo su madre aquella mañana.

—¡No te preocupes, mamá! No entraré en el bosque —contestó Caperucita animada antes de emprender el camino hacia la casa de su abuela.  

ESCENA 2

De la canasta salió un olor a pan recién hecho tan delicioso que a Caperucita le entraron unas ganas irresistibles de comérselos. 

—“Seguro que cuando llegue mi abuelita me dará uno de estos panes con chocolate caliente. Debo apurarme. ¡Tengo tanta hambre!” —pensó Caperucita, pero todavía faltaba mucho tiempo para llegar. 

—“Tal vez si tomo el sendero del bosque, podría llegar más rápido” —se dijo antes de tomar el arriesgado atajo. 

Al poco tiempo de entrar al bosque, apareció el lobo disfrazado de pastor, con un sombrero de paja y vestido con piel de cordero. 

—Caperucita Roja, qué haces por aquí tan sola. ¡Ten mucho cuidado! Hay lobos que te podrían comer…

—Voy a llevarle a mi abuela esta canasta de panes. 

—¿Panes? Pero qué dices, niña, a las abuelitas no les gustan los panes tanto como las flores. Recoge para ella un ramillete de flores silvestres. 

A Caperucita le pareció una buena idea, y entonces se distrajo recogiendo amapolas, sin percatarse de que todo era un malvado plan del lobo.

 

ESCENA 3

Mientras tanto, el astuto animal no perdió su tiempo y corrió velozmente hasta la casa de la abuelita. 

—Toc, toc, toc.

—¿Quién toca la puerta?

—Soy yo, abuelita, tu nieta la de la caperuza roja —respondió el lobo tratando de imitar a Caperucita con su ronca voz.

—Caperucita, parece que volviste a pescar una gripe. Entra, cariño, la puerta está sin seguro.

Entonces el lobo no dudó en entrar, se abalanzó sobre la anciana y de un bocado se la comió. 

 

ESCENA 4

El astuto lobo se puso la ropa y el gorro de dormir de la abuela, y se metió entre las cobijas. 

—Toc, toc, toc.

—¿Quién toca la puerta? —respondió la falsa abuela. 

—Soy yo, abuelita, Caperucita Roja. Parece que volviste a pescar una gripe.

¡Cof, cof!, así es pequeña. Entra, cariño, que la puerta está sin seguro, estoy muy débil y no me puedo levantar.

Y al entrar, Caperucita sintió que algo no andaba bien… 

—Abuelita, qué orejas tan grandes tienes…

—Son para oírte mejor.

—Pero, abuelita, qué ojos tan grandes tienes…

—Son para verte mejor.

—Y qué brazos tan, tan, peludos tienes…

—Son para abrazarte mejor.

—¿Y esa nariz tan grande?

—Es para olerte mejor...

—¿Y esa boca tan grande y esos dientes tan, tan… tan afilados?

—¡Son para comerte mejor!

Y justo en ese momento, cuando el lobo se iba a comer a Caperucita, apareció un cazador y le disparó un dardo. La niña y el hombre aprovecharon que la bestia estaba dormida y le sacaron a la abuelita.

Así que aquella mañana, el cazador, Caperucita y la abuela comieron panecillos y chocolate caliente, y el lobo… se quedó con la panza vacía.